La vida es bella, todo depende del cristal con que se mire

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Aquí un fragmento de “La dama de las Camelias” es una comparación que hace el protagonista Armand Duval entre ser amado por una mujer pura y casta a ser amado con una cortesana.

        Ser amado por por una joven casta , ser el primero en revelarle ese extraño misterio del amor ciertamente es una gran felicidad, pero es la cosa más sencilla del mundo. Apoderarse de un corazón que no está acostumbrado a los ataques es entrar en una ciudad abierta y sin guarnición. La educación, el sentido el deber y la familia son muy buenos centinelas, pero no hay centinela tan vigilante que no pueda ser burlado por una muchachita de dieciséis años, cuando la naturaleza, por medio de la voz del hombre que ella ama, le da esos primeros consejos de amor, tanto mas ardientes cuanto más puros parecen.

     Cuanto mas cree la joven en el bien, más fácilmente se abandona, si no al amante, sí al amor, pues, como no desconfía, está desprovista de fuerza, y conseguir ser amado por ella es un  triunfo que cualquier hombre de veinticinco años podría permitirse cuando quiera. Y es tan cierto, que mire si no cómo rodean a estas jóvenes de vigilancia y baluartes. No tiene los conventos muros lo suficientemente altos, ni las madres cerraduras lo suficientemente seguras, ni la religión deberes lo suficientemente asiduos para mantener a todos esos encantadores pajarillos encerrados en su jaula, en la que ni se toman la molestia de echar flores. De ese modo, ¡Como no van a desear ese mundo que se les oculta, cómo no van a creerlo tentador, cómo no van a escuchar la primera voz que a través de los barrotes les cuenta los secretos y a bendecir la primera mano que levanta una punta del velo misterioso!

      Pero ser amado realmente por una cortesana es una victoria mucho más difícil. En ellas el cuerpo ha gastado el alma, los sentidos han quemado el corazón, el desenfreno ha acorazado los sentimientos. Las palabras que se emplean con ellas las conocen de sobra, y hasta el amor que inspiran lo han vendido. Aman por oficio y no por atracción. Están mejor custodiadas por sus cálculos que una virgen por su madre y su convento. Y así han inventado la palabra capricho para esos amores no comerciales que de cuando en cuando se permiten como descanso, como excusa o como consuelo, de modo semejante a esos usureros que, tras explotar a mil individuos, creen redimirse prestando un día veinte francos a un pobre hombre cualquiera que se está muriendo de hambre, sin exigirle intereses ni pedirle recibo.

     Y luego, cuando Dios permite el amor a una cortesana, ese amor, que parece en principio un perdón, casi siempre acaba convirtiéndose para ella en un castigo. No hay absolución sin penitencia. Cuando una criatura que tiene todo un pasado que reprocharse se siente de pronto presa de un amor profundo, sincero, irresistible. del que nunca se creyó capaz; cuando ha confesado ese amor, ¡Como la domina el hombre al que así ama! ¡Cuán fuerte se siente él teniendo el cruel derecho de decirle: << Ya no puedes hacer por amor nada que no hayas hecho por dinero>>!

    Entonces no saben qué pruebas dar. Cuenta la fabula que un niño, después de haberse divertido mucho tiempo en un campo gritando: <<¡socorro!>> para importunar a los trabajadores, un buen día fue devorado por un oso, porque aquellos a quienes había engañado con tanta frecuencia no creyeron aquella vez en los gritos verdaderos que lanzaba. Lo mismo ocurre con esas pobres chicas, cuando aman de verdad. Han mentido tatas veces, que nadie quiera creerlas, y en medio de sus remordimientos se ven devoradas por su propio amor.

    De ahí esas grandes abnegaciones, esos austeros retiros de los que algunas han dado ejemplo.

    Pero, cuando el hombre que inspira ese amor redentor tiene el alma lo suficientemente generosa para aceptarla sin acordarse del pasado, cuando se abandona a él, cuando ama en fin como es amado, ese hombre agota de golpe todas las emociones terrenales, y después de ese amor su corazón se cerrara a cualquier otro.

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